Época: Alejandro Magno
Inicio: Año 334 A. C.
Fin: Año 323 D.C.


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Comentario

El periodo anual de utilización de las galeras, debido a su poca capacidad marinera, era algo inferior al de los buques mercantes y abarcaba desde principios de la primavera hasta finales del otoño: el tiempo menos peligroso era el comprendido, entre finales de mayo y mediados de septiembre. Dicen los Hechos de los Apóstoles que, yendo san Pablo camino de Roma: "Transcurrido bastante tiempo y siendo peligrosa la navegación por ser pasado el ayuno, les advirtió Pablo, diciendo: Veo, amigos, que la navegación va a ser con peligro y mucho daño..." El ayuno tenía lugar en la fiesta de la expiación, hacia el equinoccio de otoño. Durante la invernada, los buques se guardaban, fuera del agua, en silos protegidos.
No era habitual que las galeras permanecieran más de un día sin tocar tierra, siendo la norma el pernoctar en la costa, ya en una escala intermedia o volviendo a la base. Las características de la nave determinaban su poca autonomía; por un lado, la escasez de espacio limitaba la capacidad de transporte de agua y comida y el descanso de lo remeros; por otro, la ausencia de ayudas a la navegación y el hecho de no ser barcos muy marineros hacía arriesgada la navegación nocturna.

La comida quizás no fuese un problema demasiado importante, ya que el volumen consumido por un adulto no es elevado. Se sabe a partir de los textos que los marinos se abastecían en los mercados locales cuando se encontraban en zona amiga y rapiñaban en zona enemiga. Parte de la dieta de la tripulación estaba formada por pan de cebada, higos, vino y aceite. No ocurre lo mismo con el agua, donde el consumo estaría entre los 4 y 6 litros por persona y día. Esto supone alrededor de una tonelada diaria para un trirreme, aunque posiblemente transportaran tres o cuatro más por si no era posible encontrar un lugar seguro donde abastecerse.

Una potencia naval necesitaba contar con fondeaderos seguros, regularmente espaciados, dentro de su órbita de influencia. Existían dos categorías de puertos: las bases de las flotas y los fondeaderos secundarios, donde habría destinados algunos barcos. El puerto se intentaba adaptar a la geografía del lugar y podían ser poco profundos, debido al escaso calado de los barcos. Solían disponer de una bocana estrecha, natural o artificial, defendida por un par de torres artilladas, donde "por medios de máquinas se facilitará el que se crucen unas cadenas" (Vitrubio, Los Diez Libros de Arquitectura Libro V, capítulo 12).

Los principales puertos poseían sectores separados para las actividades militares y civiles, caracterizándose los primeros por las rampas para la puesta en seco de las galeras. La zona militar se encontraba dotada de elevadas medidas de seguridad y a cubierto de miradas de extraños. Destacaron dos puertos militares por su capacidad: el de El Pireo y el de Cartago. Ambos se componían de un cierto número de rampas, cubiertas con tinglados de tamaño ligeramente mayor que el barco para el que estaban destinados. En ellos se introducía el navío de popa sin remos ni aparejos. Estos últimos se solían guardar en almacenes instalados por encima del barco bajo el mismo techado. Esta disposición permitía, en caso de necesidad, el lanzamiento de los barcos al agua en poco tiempo. El puerto de El Pireo -un complejo formado por tres puertos: Kantaras, con instalaciones civiles y militares; Municia y Zea eran de uso exclusivo de la armada- poseía 372 de estos refugios, y el de Cartago de forma circular, tenía capacidad para 220 buques. Estos varaderos eran tan estrechos que era imposible construir los barcos, pero sí realizar reparaciones menores.

Dionisio el Viejo, tirano de Siracusa, durante su escalada armamentística, no olvidó las mejoras de las instalaciones portuarias de la ciudad (Diodoro, Historias, Libro 14, XLII). Modernizó los 150 refugios existentes en el Gran Puerto de la ciudad siciliana y construyó 160 nuevos, algunos con capacidad para dos buques.

Es decir, la armada fue necesidad primordial para los pueblos mediterráneos, a menos que alguno consiguiese el dominio absoluto del mar, como ocurrió con Roma. La importancia de la marina se refleja en su continua presencia en la numismática, la decoración, los monumentos y la literatura.

La vida -en particular, la de los griegos- estuvo condicionada por el mar, tanto en su faceta comercial como militar (no estando clara en ocasiones la diferencia entre una y otra). Pocos fueron los que en algún momento no tuvieron que prestar servicio en las galeras o colaborar en temas relacionados con ellas: obras civiles para el apoyo de la flota propia o defensas contra el enemigo. Incluso naciones típicamente terrestres como Esparta y Roma, tuvieron que disponer de una flota, mercenaria o propia, para consolidar su poder.